2. CERVANTES, SOLDADO DE MALA FORTUNA
"Luengas peregrinaciones hacen a los hombres discretos". Lo dice el narrador de El licenciado Vidriera, y, en efecto, Tomás Rodaja completará su formación viajando por Italia. La lástima es que los ocho años de estudios de derecho y letras humanas en Salamanca y su largo viajar no le servirán más que para agudizar su ingenio de bufón y decir grandes verdades tras haber caído en la extraña locura de creerse de vidrio (envenenado por un membrillo hechizado). Cuando un monje jerónimo lo cura, cesan sus gracias, sus agudezas y sus sátiras. Se viste como letrado, vuelve a la corte como licenciado Rueda y no consigue nada. Dirá él en su primer discurso como cuerdo: “Aquí he venido a este gran mar de la corte para abogar y ganar la vida; pero si no me dejáis, habré venido a bogar y granjear la muerte”. No va a conseguir nada; y como se ve morir de hambre, decide enrolarse en el ejército –será soldado en Flandes– y valerse “de las fuerzas de su brazo” ya que no le sirven “las de su ingenio”. El relato de su vida concluye así: “dejando fama en su muerte de prudente y valentísimo soldado”. No hay ascenso social posible con el estudio y la experiencia.
Algo de ello hay en la vida de Cervantes. No tiene la formación humanística de su personaje, es un autodidacta; pero sí emprende camino hacia Italia. A fines de 1569 se documenta su presencia en Roma; al año siguiente está al servicio del cardenal Acquaviva, y en ese mismo 1570 se alista en el ejército, en Nápoles. En julio de 1571 forma parte con su hermano Rodrigo de la compañía de Diego de Urbina. El 7 de octubre participa con ella, en la galera “Marquesa”, en la batalla de Lepanto. Recibe tres arcabuzazos; uno le inutiliza la mano izquierda.
Después de participar en otras expediciones militares, al regresar a España desde Nápoles, en la galera “Sol”, también con su hermano Rodrigo, los apresa la flota del renegado albanés Arnaute Mamí el 26 de septiembre de 1575, frente a las costas ampurdanesas, delante de Cadaqués o Palamós.
Empiezan así sus más de cinco años de cautiverio en Argel. El trinitario fray Juan Gil logra el elevado rescate que piden por él, y es liberado el 19 de septiembre de 1580.
En el prólogo al lector de la Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, al defenderse del ladrón que, tras el seudónimo de Avellaneda se hace padre putativo de su “hijo seco, avellanado” y además lo insulta, hablará así de la batalla de Lepanto: “Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna, sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.”
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