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5. El refugio literario de los Libros de suertes

El Libro de suertes en la literatura
 

El único lugar en donde el Libro de las suertes podía quizás estar a salvo de la prohibición inquisitorial era el espacio literario: la Arcadia de Lope de Vega y los Cigarrales de Toledo de Tirso de Molina se convirtieron en su refugio y al mismo tiempo atestiguan su supervivencia a fines del XVI y bien entrado el XVII: la Arcadia se publica en 1598, y los Cigarrales de Toledo en 1624.
 

5.1. Un libro de suertes en manos de los pastores literarios de la Arcadia
 

Cardenio el Rústico llega a la cueva en donde le están esperando la sabia Polinesta y los pastores, y le entrega a ella una carta. Polinesta la lee y entra en su estudio, del que saca «un pequeño libro, dorado el papel y el pergamino argentado, con cintas blancas y verdes» y se lo da al Rústico. Anfriso y Frondoso quieren saber de quién era la carta y qué contiene el libro, y la sabia se lo dice:
 

Este papel es de Isbella; por él me pide este libro, que yo le prometí los días pasados para jugar y entretenerse con sus amigas; su título es De suertes. Lo que contiene es buscarlas por la tabla y acudir a los lugares donde se hallan, para tomar de ellas buenos agüeros y pronósticos (Vega, 1975: 396).

El pastor Anfriso abre el libro y ve «doce títulos, que eran las suertes que por él se preguntaban». La enumeración comienza con «Vida, que respondía a Aries». Y sigue luego la descripción así:

En llegando a mirar a Aries, respondía el signo que encima de la letra estaba pintado que acudiesen a uno de los siete planetas, el que por la suerte de tres dados de azabache con sus pintas de oro les cabía; si era Saturno, respondía que viviría con trabajos. Si Júpiter, próspero […]. Luego se discurría por las otras suertes referidas, acudiendo a cada signo su dueño, conforme la necesidad y gusto de los que jugaban (Vega, 1975: 397).

El juego se rige por el mismo sistema que el del Libro de las suertes, pero es más simple porque los pasos son menos; y además la suerte no se elige, sino que se llega a ella de la mano del azar, tirando tres dados.

Se describe luego escuetamente el contenido de las doce suertes, y el narrador añade que «agradó a los pastores en extremo el libro, porque fuera de que las respuestas eran todas en verso, tenía pintados de sutil iluminación los signos y planetas. Víase el Aries con su vellocino de oro, el Tauro con sus famosas estrellas…»

El pastor Anfriso le ruega a la sabia Polinesta que le deje echar una suerte para  saber qué mujer tendría. Toma los dados, le sale el cinco, que corresponde a la casa de Libra, y le responde: «Pues mi influencia le di, / Venus lo dirá por mí». El pastor irá al planeta de Venus y la suerte le responderá así:

Segura vida te promete el cielo,

mujer honesta, virtuosa y casta,

de humilde lengua y virtuoso celo,

que la vergüenza solamente basta.

Tus hijos honrarán tu patrio suelo,

a quien la envidia sin razón contrasta;

verás en tu vejez hermosos nietos,

y en tu esperanza prósperos efetos.

Anfriso se queda muy contento y, «aunque el libro era para solo juego y entretenimiento», tuvo su suerte «por agüero felicísimo». El Rústico lo imita, pregunta lo mismo, pero la suerte le sale totalmente opuesta: «Desdichado naciste en casamiento: / soberbia esposa te promete el hado…», ¡para qué seguir! Va a acabar en el signo de Capricornio en medio de la risa de los demás pastores. Y la sabia Polinesta le leerá luego las rayas de la mano parar mostrarle la influencia de las estrellas (Vega, 1975: 401-403).

Vemos, pues, que se unen las suertes a la quiromancia, dos modos de adivinar el futuro que no le debieron gustar nada al censor, Francisco López de Mendoza, de la edición de la Arcadia impresa en Valencia en 1602, porque se suprimen en ella ambos pasajes y se sustituye el Libro de las suertes por una bujeta o frasco que contiene agua del río Sílaro, encantada por la maga.

El agua mágica no era peligrosa porque solo podía curar o no hacerlo; el Libro de las suertes sí, porque se jugaba a creer que daba a conocer el futuro.

[Cito el texto por la edición de la Arcadia de Lope de Vega de Edwin S. Morby, Madrid, Castalia, 1975.]

5.2. Un Libro de suertes en el laberinto lúdico de los Cigarrales de Toledo de Tirso de Molina

En el «Cigarral segundo» de los Cigarrales de Toledo (impreso en 1624, pero con aprobaciones de 1621), Narcisa organiza unas fiestas «de las suertes» para entretenimiento de todos, y lo hace en forma de laberinto con una serie de posibilidades que llevan al «Castillo de la pretensión de Amor», como una auténtica aventura andante. Van a ser seis los jugadores, todos libres –no están casados– y todos enamorados.

El jugador está dentro del propio texto hecho jardín-laberinto y avanza por sus caminos. Hay que elegir desde la misma puerta la senda a seguir. A la mano izquierda, hay un rótulo que dice:

Los que tienen tanta satisfacción de sus damas que no temen de ellas los peligros en que pone el tiempo y la mudanza podrán entrar por esta puerta y experimentar en los diversos caminos que guían al Castillo de la pretensión de Amor el suceso de los suyos.

Y al lado derecho otro que dice así:

Por esta puerta entren los que con celos, sospechas y temores, viven dudosos del fin de su esperanza; que en las calles de este bosque conjeturarán la dicha o adversidad de su suerte.

Y los caballeros se distribuyen en dos bandos, tres a tres, porque unos confían plenamente en el amor de sus damas y otros no. Vamos a seguir a los recelosos, que escogen el camino de mano derecha y se encuentran con tres calles hechas de murta, arrayán y otras hierbas olorosas. La primera dice «Temor»; la segunda, «Celos en duda» y la tercera, «Poca satisfacción de sí». De nuevo se dividen en la elección los galanes, y caminamos ahora tras el que escoge «Celos en duda». Es don Vela el que sigue esta calle, hecha de flores azules –color de los celos– y con espinosas cambroneras.

A los pocos pasos ve escrita en varias partes esta frase: «Tenerlos, mas no pedirlos»; luego se estrechaba la espinosa senda, y el caballero lee otra sentencia: «Celos con celos se curan». Sigue avanzando con dificultad porque las malezas son espinosas y ve delante de muchas calles (que por sus vueltas no facilitan la elección) una mesa de jaspe, y sobre ella dos dados sobre una tarjeta que dice:

Todo es suertes el amor.

Los dados tira

y después la tuya mira.

Y al lado de los dados están pintadas las suertes, «con letras que avisaban lo que había de hacer en cada una de ellas el que las echaba; y al otro, en un librillo, la guía que había de tomar según el punto le entraba.

Don Vela echa los dados y suma doce puntos. Va al papel y debajo de los doce dice:

Si son celos encontrar

competidor,

en las suertes del amor

el encuentro será azar.

Y le manda al libro número doce y allí se le dice que tiene que tirar de nuevo los datos. Saca esta vez ocho y le enviará la suerte al libro octavo y allí lee:

Fortuna ciega te ayuda.

Sigue sus ciegos antojos

y entra cerrados los ojos.

Entra con los ojos cerrados en una de las calles enmarañadas cuyas zarzas le pinchan y, después de dar unas cuantas vueltas, llega al final de ella donde dice «Diligencias sin razón» y después:

Quien no busca coyuntura

y va por donde le llevo,

¡vuelva a comenzar de nuevo!

Y se encuentra otra vez junto a la mesa, dados y papeles. Volverá a jugar, tomará otra calle…, y esta no tiene salida.

Don Vela ya no querrá seguir jugando y con la espada se abrirá camino, «derribando la artificiosa maraña» y por fin saldrá al raso, en donde encontrará a los otros jugadores.

El propio laberinto es un juego de las suertes, y además tiene dentro otro, al modo de las cajas chinas. Es una doble diversión cortesana, que lleva a provechosas enseñanzas, porque ya no es el futuro el anunciado, sino que, jugando, se llega a un lúdico desengaño.

[Cito el texto por la edición de Luis Vázquez Fernández de los Cigarrales de Toledo de Tirso de Molina, Madrid, Castalia, 1996.]


 

 

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