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El asno de oro y la literatura hispánica

 

El interés por rastrear las huellas de Apuleyo en la literatura española se remonta a los estudios pioneros de Marcelino Menéndez Pelayo reunidos en Bibliografía hispano-latina clásica (1952). Con un conocimiento privilegiado de la historia literaria y sirviéndose de numerosos manuscritos, el filólogo cántabro halló ecos de El asno de oro en no pocas obras de la literatura áurea: desde el temprano romance Apuleyo convertido en asno (1587) de Juan de la Cueva hasta las comedias Psiques y Cupido (hoy perdida) de Lope de Vega y Ni Amor se libra de Amor (1687) de Calderón de la Barca. Más modernamente, añade también la zarzuela mitológico-burlesca Heliodora o El Amor enamorado (1880) de Juan Eugenio Hartzenbusch, entre otros títulos. Ahora bien, este repertorio lírico-dramático contrasta con la reticencia de Menéndez Pelayo a certificar cualquier ápice de influencia clásica en la novela española de los Siglos de Oro.


Ignora, en este sentido, el prólogo a La pícara Justina (1605), donde el autor da cuenta de sus influencias, con especial mención a la obra de Apuleyo:


«no hay enredo en Celestina, chistes en Momo, simplezas en Lázaro, elegancias en Guevara, chistes en Eufrosina, enredos en Patrañuelo, cuentos en Asno de oro, […] cuya nota aquí no tenga, cuya quinta esencia no saque» (Francisco López de Úbeda, Libro de entretenimiento de la pícara Justina, 1605, pp.189-190).


El afán purista y, posiblemente, la voluntad de creer que la novela española es aislada e intrínsecamente española, impiden a Menéndez Pelayo reconocer la influencia que Apuleyo ejerció sobre las primeras novelas picarescas y sobre las obras cervantinas: «El cuadro autobiográfico de El asno de oro tiene analogía remota con el de nuestra novela picaresca, sin que por eso haya que admitir imitación ni reminiscencia» (Menéndez Pelayo, 1950: 176-177), sentencia sin remordimientos.


Sin embargo, la filología contemporánea se ha esforzado para demostrar que Menéndez Pelayo estaba errado. Inspirado por un apunte germinal de Marcel Bataillon en Le roman picaresque (1969), Antonio Vilanova se propondría el objetivo de comprobar hasta qué punto la confrontación del Lazarillo de Tormes y las Metamorfosis de Apuleyo revela analogías significativas que puedan considerarse influencias literarias. Para ello, se serviría de la primera traducción de El asno de oro (en 1513 y reimpresa en 1543) que pudo leerse en España, firmada por el arcediano Diego López de Cortegana, traductor asimismo de la Querella Pacis (1517, trad. 1520) de Erasmo de Rotterdam. En el prólogo del Lazarillo, anticipando los hechos que a continuación narrará, el anónimo autor nos dice: «Yo por bien tengo que cosas tan señaladas y por ventura nunca oydas ni vistas vengan a noticia de muchos y no se entierren en la sepultura del olvido» (Prólogo a Lazarillo de Tormes, p.3), Esas cosas ‘nunca oydas ni vistas’, casi a modo de exordio inicial, deben sin lugar a dudas ser un calco del siguiente pasaje de Apuleyo en traducción de Cortegana:


«Tú paréceme que con grueso entendimiento y rudo corazón menosprecias lo que por ventura es verdad. ¿No sabes que muchas cosas piensan los hombres, con sus malas opiniones, ser mentira, porque son nuevamente oídas, o porque nunca fueron vistas…?» (La metamorfosis o El asno de oro, Lib. I, cap. I, p.12, trad. Diego López de Cortegana).


En cualquier caso, es al profundizar en los motivos temáticos del Lazarillo de Tormes donde más evidente se hace la influencia de El asno de oro. En el Tratado Segundo de la novela picaresca, por ejemplo, Lázaro comparte aventuras con el clérigo de Maqueda, un personaje mezquino y codicioso, muy posiblemente inspirado en el avaro Milón, «bien harto de dineros y muy gran rico, pero muy mayor avariento y de baja condición» (La metamorfosis o El asno de oro, Lib. I, III, p.23, trad. Diego López de Cortegana). Entre ellos se despliega una casuística narrativa con claros parecidos: la cautela de Milón ante los ladrones lo lleva a guardar sus riquezas en «un almazén que estaba en medio de la casa, bien cerrado con fuertes candados» (Ibíd, Lib. III, V, p.66), exactamente de la misma manera que el clérigo de Maqueda «tenía un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada con una agujeta del paletoque» (Lazarillo de Tormes, II, p.47).


La sórdida dieta a la que Lázaro es sometido por el clérigo tiene su correlato en la frugalidad que propugnan tanto Milón como los sucesivos amos de Lucio una vez convertido en asno. Tal es el caso de los dos hermanos, el cocinero y el pastelero, cuyos sabrosos platos y manjares Lucio comía a escondidas: «Esta manera y artificio de comer a hurto me duró algunos días, porque comía poco y a miedo, y como de muchos manjares comía lo menos, no sospechavan ellos engaño ninguno en el asno» (La metamorfosis o El asno de oro, Lib. X, II, p.213, trad. Diego López de Cortegana). De la misma manera se expresa Lázaro al confesar su hurto de pan al clérigo de Maqueda: «Mas no toqué nada por el presente, porque no fuese la falta sentida y aun porque me vi de tanto bien señor, parescióme que el hambre no se me osava allegar» (Lazarillo de Tormes, II, p.56). Incluso comparten ambos casos la acusación primera hacia los ratones, expresada con incredulidad por el clérigo: «¿Qué diremos a esto? ¡Nunca aver sentido ratones en esta casa, sino agora!» (Ibíd, II, p.63) y por los amos de Lucio:


«que debían por todas vías y artes que pudiesen buscar al ladrón que aquel común daño les hacía, porque no era de creer que el asno que allí solamente estaba se había de aficionar a comer tales manjares, pero que cada día faltavan los principales y más preciados manjares, […] además de esto, en su cámara no había muy grandes ratones ni moscas» (La metamorfosis o El asno de oro, Lib. X, III, p.214, trad. Diego López de Cortegana).


No cabe duda de que la misma construcción narrativa del Lazarillo de Tormes, que Stuart Miller (1967) denomina episodic plot y que algunos autores han traducido como novela ensartada, brota del influjo que El asno de oro ejerce indudablemente sobre nuestra primera novela picaresca, el Lazarillo de Tormes.


Esta misma estructura, sagazmente leída y adaptada, sería la que Miguel de Cervantes pondría en práctica en algunas de sus obras narrativas más famosas. Así, la tendencia de Apuleyo a interrumpir la narración principal con historias consistentes, como la de Psique y Cupido, es imitada por Cervantes en la primera parte del Quijote con la intermisión que supone El curioso impertinente respecto al resto de los hechos narrados. Unos pocos años antes, ya Mateo Alemán había recurrido a la misma técnica para incluir la breve novela morisca de Ozmín y Daraja inserta en la narración picaresca del Guzmán de Alfarache (1599-1604).


La influencia de Apuleyo en la novelística de Cervantes, a la que Menéndez Pelayo fue tan reticente, se hacía patente en El coloquio de los perros (1613), precisamente cuando la bruja Cañizares le revela a Berganza su identidad como uno de los niños que otra hechicera, La Camacha, había convertido en perros. Así dice, recordando con claridad la famosa transformación de Lucio en asno y su fácil solución:


«Y del modo con que has de cobrar tu forma primera; el cual modo quisiera yo que fuera tan fácil como el que se dice de Apuleyo en El asno de oro, que consistía en sólo comer una rosa. Pero este tuyo va fundado en acciones ajenas y no en tu diligencia» (Miguel de Cervantes, «El coloquio de los perros» en Novelas ejemplares II, p.339).


No hay duda de que Miguel de Cervantes leyó El asno de oro en la traducción de Diego López de Cortegana, pero aún quedan demasiadas incógnitas sobre la posible influencia que esta obra latina ejercería sobre el escritor manchego, más allá de su incursión picaresca con Cipión y Berganza. Arturo Marasso (1947: 171), por ejemplo, consideraba factible la posibilidad de que el propio nombre de Don Quijote estuviera inspirado en el siguiente pasaje carnavalesco de Apuleyo:


«He aquí dónde vienen delante de la procesión, poco a poco, muchas maneras de juegos muy hermosamente adornados, así en las voces como en los otros actos y gestos. Uno venía en hábito de caballero, ceñido con su banda; […] otro iba armado con quijote y capacete y barbera y con su broquel en la mano, que parecía salía del juego de la esgrima» (La metamorfosis o El asno de oro, Lib. XI, II, p.236, trad. Diego López de Cortegana).


Entrando en pasajes concretos, son muchas las comparaciones que se podrían establecer entre Maritornes, la moza asturiana que entra, por error, en la cama de Don Quijote, y Fotis, sirvienta que será seducida por Lucio. Ahora bien, la atención del hispanismo crítico ha recaído con creces en el episodio de la batalla con los odres de vino, valiente calco de una de las más humorísticas escenas que Apuleyo incluye en su novela:


«¿No vees, ladrón, que la sangre y la fuente no es otra cosa que estos cueros que aquí están horadados y el vino tinto que nada en este aposento, que nadando vea yo el alma en los infiernos de quien los horadó?» (DQ I, XXXV, p.432)


«Porque los cuerpos de aquellos tres hombres muertos eran tres odres hinchados, con diversas cuchilladas. Y recordándome de la cuestión de anteanoche, estaban abiertos y heridos por los lugares que yo había dado a los ladrones» (Lib. III, II, p.55).


Pícaros y caballeros, por tanto, comparten escenas, guiños y reminiscencias que parecen remitir a un fondo común, originario de El asno de oro, rescatado posiblemente por los gustos latinizantes de los siglos XV y XVI. Tras la novela moderna española se encuentra, por tanto, la sombra omnipresente de Lucio Apuleyo y de su relato seudoautobiográfico.


Bibliografia

  • Apuleyo, Lucio (1984). La metamorfosis o El asno de oro (trad. Diego López de Cortegana, revisada y puesta al día por Jaime Ardal). Barcelona: Editorial Iberia.
  • Anónimo (1987, reed, 2003). Lazarillo de Tormes (ed. Francisco Rico). Madrid: Cátedra.
  • Cervantes, Miguel de (1989). Novelas ejemplares II (ed. Harry Sieber). Madrid: Cátedra.
  • Cervantes, Miguel de (1995). Don Quijote de la Mancha I (ed. John Jay Allen). Madrid: Cátedra.
  • López de Úbeda, Francisco (2012). Libro de entretenimientos de la pícara Justina (ed. David Mañero Lozano). Madrid: Cátedra.
  • Menéndez Pelayo, Marcelino (1950). Bibliografía hispano-latina clásica. Santander: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.
  • Marasso, Arturo (1947). Cervantes. Buenos Aires: Academia Argentina de las Letras.
  • Vilanova, Antonio (1989). Erasmo y Cervantes. Barcelona: Lumen.

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